“El terrorismo Químico-Biológico: Una Guerra incontrolable”

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Doctor Frank Espino


Por Dr. Frank Espino


“El arte de vencer se aprende en las derrotas” Simón Bolívar 


En los ultimo días hemos estado bajo un contínuo “bombardeo” por los diferentes medios de comunicación acerca de las armas químicas- biológicas y su peligrosidad. En algunas ocasiones nos  habíamos referido al respecto en esta sección,  de lo que nos esperaba ante una inevitable guerra convencional. 


Estas armas biológicas y químicas son “la defensa” de países sub-desarrollados o países en vía de desarrollo que no pueden competir con alta tecnologías de armamentos sofisticados, y si  se sienten amenazados continuamente, podrían utilizarlas ya se como chantaje, agresión, con ataques directos o como método de provocar terror por mentes desaprensivas (terroristas).


Si embargo los países desarrollados aunque conscientes del problema no han preparado las mentes a su población para estos desastres. Lo que provoca, como es obvio, un temor colectivo, a escala internacional ya que todas las informaciones se las dan de golpe y porrazo como ocurre en la actualidad. 


Esta columna intenta servir como un vehículo de conocimientos por lo que daremos algunas informaciones sin que sea la intención sea  provocar pánico, pero sí de que tengamos una idea que todo esto representa una agresión a la humanidad de repercusiones indescriptibles. “Dado que la magnitud de la amenaza (bioterrorista) es muy difícil de calcular, tiene sentido orientarse hacia remedios de doble uso: contramedidas médicas que mejoren la salud pública en general al margen de que se produzcan o no ataques biológicos”, recomienda Jessica Stern.  


¿Desde cuando y quienes las han utilizado? ¿Quienes  poseen armas químicas y biológicas?


Posiblemente la primera reacción química que el hombre aprovechó para destruir a su enemigo fue el fuego. La misma reacción de oxidación que logró dominar para tener luz y calor, para cocinar alimentos y fabricar utensilios, en fin, para hacer su vida más placentera, fue usada para dar muerte a sus congéneres al quemar sus habitaciones y cosechas.


Ya los romanos arrojaban cadáveres en pozos para erradicar la población de una zona. Y se tiene constancia de que en 1346 los tártaros utilizaban sus catapultas para lanzar cadáveres infectados tras las murallas de Kaffa. Aun así, el uso de estas armas de forma deliberada comenzó tal vez en el siglo XVIII, cuando el general británico Geoffrey Amherst entregó a una tribu de indios norteamericanos mantas infectadas con viruela. 


En la primera Guerra Mundial, Alemania usó el ántrax contra el ganado caballar y vacuno que aportaban a las fuerzas aliadas España, Noruega, Argentina, Rumania y -hasta antes de que se involucraran en la guerra, en 1917- los Estados Unidos. Se sospecha que durante la segunda Guerra Mundial, los rusos utilizaron la tularemia contra los alemanes durante el sitio de Stalingrado; esta enfermedad es producida por la bacteria Francisella tularensis y usualmente se transmite a través de picaduras de garrapatas, pero también se puede adquirir por beber agua contaminada o por estar en contacto con carne de mamíferos infectados (principalmente conejos). 


En esta misma guerra, los japoneses hicieron uso de armamento biológico contra los chinos (otra vez sin mucho éxito) en el campo de concentración de Manchuria. Durante la guerra de Vietnam Estados Unidos roció sobre ese país millones de litros de Agente Naranja, un herbicida producido por Dow. 


Durante ese período y como parte de la operación Ranch Hand, las fuerzas armadas de Estados Unidos realizaron más de 6.500 misiones en las que pulverizaron aproximadamente 72 millones de litros de herbicidas sobre más de 1,5 millones de hectáreas (cerca de 10 por ciento de Vietnam del Sur). Aviones y helicópteros volaban a menos de 500 metros del suelo y rociaban unos 250 litros de herbicida por cada una o dos hectáreas de vegetación. Ochenta por ciento del producto permanecía sobre las copas de los árboles, mientras el resto alcanzaba un nivel inferior o llegaba al suelo.


Los ataques iraquíes contra la población civil kurda entre abril de 1987 y agosto de 1988 provocaron también efectos a largo plazo, si bien éstos son difíciles de estudiar en el lugar. En Halabja, ciudad bombardeada durante tres días en marzo de 1988 con agentes químicos y biológicos, 5.000 a 7.000 personas perdieron la vida y decenas de miles resultaron heridas.


La primera investigación médica fue realizada en 1998 por la doctora Christine Gosden, profesora de la Universidad de Liverpool. En su informe al Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme, señala casos de cánceres raros, malformaciones en los niños, abortos naturales, infecciones pulmonares recurrentes y problemas neuropsiquiátricos graves. El gas de mostaza (iperita) quemó córneas, provocando casos de ceguera. Y existe el riesgo de que aparezcan cánceres cinco o diez años después de la exposición, añade Gosden.


Un documento de la OTAN sobre defensa frente a la guerra biológica recoge 39 agentes que pueden ser empleados como armas. Tal vez el sarín, utilizado en el atentado de una secta religiosa en el metro de Tokio en 1995, o los 111 actos de terrorismo y crímenes biológicos (la inmensa mayoría fallidos) registrados desde 1960, según datos del Instituto de Estudios Internacionales de Monterrey (California). 

Definitivamente: El terrorismo Químico-Biológico: Una  Guerra incontrolable. 

El autor es médico, escritor y profesor universitario

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