Discapacidad y ecología humana

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Unnamed



Cuántas veces nos habremos preguntado por qué hemos de aguantar lo que nos estorba o molesta. En virtud de qué principio la humanidad debe atender y mantener lo que aparentemente la afea o perjudica. Qué sentido tiene dejar que viva una persona cargada de limitaciones, físicas o mentales.


Y más todavía. Qué sentido o utilidad reporta a la humanidad en su conjunto una persona discapacitada.  Si nuestra especie deriva evolutivamente de anteriores especies, y en ellas el fundamento de su supervivencia estriba en la ley del más fuerte ―la famosa selección natural― ¿por qué ha de ser diferente la especie humana, esmerándose en proteger y mantener lo débil y aparentemente inútil, llámense discapacitados físicos y psíquicos o, simplemente, ancianos en el límite de su existencia? ¿No estaremos amenazando el futuro de nuestra especie?


Es ahí donde el concepto de Ecología Humana incide con especial profundidad. El equilibrio natural entre especies ―sean animales, vegetales o minerales― marcado dentro de los límites de un determinado nicho ecológico ha quedado roto al incorporarse un nuevo elemento: el ser humano que es inteligente y libre, que decide. La inteligencia-que-siente, o, si se prefiere, el sentimiento-que-es-inteligente modifica el equilibrio ecológico; pero no de una manera ciega, automática, previsible, sino que introduce la variable de su sentido, de su intención, de su previsión. Eso significa que se toman decisiones.


La inteligencia-que-siente introduce en el equilibrio ecológico en el que le toca vivir un factor que lo distancia radicalmente del equilibrio estrictamente biológico. Ese factor es el valor de lo humano, la apreciación de la persona que cobra así un valor añadido. Esa es la Ecología Humana.  


Frente a la ley del más fuerte, o la ley de la supervivencia, surge otra nueva: la ley del servicio, la apreciación del otro y no en función de sus cualidades sino por el mero hecho de ser eso: otro. Por el bien del otro se llega a sacrificar el propio bienestar; por el derecho del otro se llega a renunciar a los propios derechos. Y no en razón de vínculos de estricta familia biológica sino en razón de la convicción de que todos los seres humanos formamos la gran familia.


Por eso, los miembros de la familia que se muestran más débiles suscitan, elevan la sensibilidad de nuestra inteligencia humana, y la inducen a actuar de modo que el equilibrio se re-establezca. 


Donde hay menos inteligencia, ponemos la nuestra para suplirla. Donde hay menos capacidad de movimientos, de fuerza, de orientación, de habilidades, incorporamos las nuestras para completarlas o compensarlas.  Aunque lo fácil, lo cómodo, lo «biológicamente correcto» en términos subhumanos fuese abandonar a su suerte a quien carece de todas estas cualidades. Decididamente, la Ecología Humana se mueve por otros principios, muy diferentes de los de las demás especies.


La irrupción de la inteligencia-que-siente en el costoso y largo camino de nuestro devenir evolutivo ha supuesto una ruptura radical de las anteriores leyes ecológicas. La Ecología Humana es nueva porque en ella se introduce el amor. Y nada suscita más amor humano real ―el auténticamente gratuito, el que se ofrece a fondo perdido― que ver a una persona que, con sus limitaciones, pide que se le preste una parte de nuestras propias capacidades. Por eso los seres con limitaciones son necesarios dentro de nuestro equilibrio ecológico humano: porque son los que con mayor intensidad y energía hacen brotar de nosotros el desarrollo del sentimiento-que-piensa, reflexiona y, de nuevo, crea.


El equilibrio de la especie humana ―su particular ecología― exige que los sentimientos de compasión, comprensión, aceptación, disponibilidad, gratuidad, se desarrollen de manera abundante y dejen de ser meras notas retóricas de programas que se vocean pero no se cumplen. 


Son sentimientos que se encuentran en los antípodas de lo cómodo, lo personal, lo mío. Unos y otros sentimientos conforman nuestra conducta y la conducen; pero, según cuáles sean los que prevalezcan, habrá convivencia pacífica y armonía, o desequilibrios que acarrean conflictos ineludiblemente.


Por eso la discapacidad humana cumple dentro de la Ecología Humana, entre otras, la ardua función de engendrar, promover y fomentar los sentimientos que mejor protegen la convivencia y el bienestar de toda la familia humana.

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