Trastorno de la personalidad. ¿Qué lo puede desencadenar?

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Antes de adentrarnos en el tema principal, siendo este un análisis en torno a los síntomas que pueden acabar desembocando en un posible trastorno de la personalidad en la edad adulta, es importante remarcar que no se podría considerar válido un diagnóstico de dicho trastorno antes de los 18 años.


Hay que tener en consideración el momento del desarrollo en que se encuentran los niños y adolescentes en cuestión: es necesario que sepamos distinguir entre aquello que se puede esperar y lo que no en cada etapa evolutiva. Por esto, debemos darle importancia a la psicología evolutiva ligada al estilo de apego y a las relaciones vinculares.


¿Qué son el apego y las relaciones vinculares?


El apego hace referencia a la necesidad de proximidad y de conexión emocional que tienen los niños con sus figuras paternas o sus cuidadores principales, la cual se establece en los primeros años de vida.


Según el estilo de apego, desarrollaremos un estilo definido de relación con los demás; a esto se lo denomina relaciones vinculares. Dichas relaciones pueden modularse, para cambiar así el patrón vincular con los demás.


Tras aclarar esa parte, hay que entender por qué es importante relacionarla con la psicología evolutiva de los niños.


La psicología evolutiva


Existen 4 etapas importantes en el desarrollo emocional de nuestros pequeños:


  1. Primera infancia. Desde el embarazo a los 7 años.
  2. Segunda infancia. De los 7 a los 10 años.
  3. Primera adolescencia o adolescencia temprana. Desde los 10 a los 15 años.
  4. Adolescencia. Desde de los 15 a los 18 años.


Dependiendo de la etapa evolutiva en la que nos encontremos, el niño actuará de una determinada manera, muy ligada al continuo de dependencia-independencia.


En la primera infancia, el niño depende de sus progenitores por completo, quienes son su única fuente de supervivencia. Por ello, los padres en esta etapa tienen la importante función de ser su fuente de regulación emocional.


Los niños buscan en estos cuidadores principales una base segura sobre la que poder explorar el mundo, lo que se traduce en que se les supervise y proteja desde cierta distancia; cuando este esquema no funciona, se da la sobreprotección. Los pequeños también necesitan un refugio seguro al que volver cuando sienten miedo, donde experimenten protección y calma; en los casos donde los padres no son capaces de establecer este vínculo de seguridad y de regulación emocional con sus hijos, comienzan los problemas.


Apego y relación entre padres e hijos


¿En qué ocasiones los padres no consiguen regular emocionalmente al niño y cuáles son las consecuencias? Nos encontraríamos ante 3 casos diferentes:


Podemos decir que la exploración (base segura) ha fallado en los casos en los que alguno, o ambos progenitores, han sobreprotegido a los niños, limitando su capacidad para explorar el mundo e ir adquiriendo independencia. También se da en casos donde los padres transmiten el mundo como una amenaza, esta situación la definimos como apego inseguro ansioso.


Una vez que han realizado la fase exploratoria acuden a los padres como refugio seguro. El quiebre emocional aparece en el momento en el que los padres no saben proteger al hijo o ayudarlo a regular sus propias emociones. Se puede dar en situaciones donde eviten el contacto emocional, que llamamos apego inseguro evitativo.


En ocasiones, pueden fallar ambas partes: el refugio y la base segura. Estaríamos hablando de aquellas familias donde hay malos tratos, abuso sexual o cualquier tipo de violencia. En estos casos, los niños buscan una proximidad emocional con los padres, pero estos a la vez representan una amenaza para ellos, por lo que se activan circuitos que aparentemente son opuestos: el del apego y la defensa al mismo tiempo (apego desorganizado).


¿Qué pasa cuando se producen estos tipos de rupturas vinculares?


Cuando se dan las rupturas vinculares, se produce en los niños y adolescentes un grado de ansiedad y angustia insoportable ante la falta de control en la relación con los padres. Por ello, los pequeños desarrollarán diferentes estrategias para poder volver a una homeostasis emocional.


Una conducta muy normal sería intentar evitar aquello que les daña; el problema está en que, si lo que da miedo es una figura paterna o materna, se activan los sistemas de apego y de defensa dañada a la vez, por lo que los afectados tienen que recurrir a estrategias como:


Adicciones. Se utilizan sustancias, juegos o el sexo, para poder calmar su estado emocional. En determinados casos acaban sufriendo un trastorno de adicciones tanto a sustancias como a no sustancias.


Alimentación. El comer o no hacerlo es una forma de control y de regulación de la ansiedad y del malestar. De esta forma, se evitan y controlan las emociones al mismo tiempo. Podría desarrollarse así un trastorno de alimentación (TCA).


Rumiaciones. Pensamientos obsesivos sobre determinados temas que provocan malestar y los cuales generan la necesidad de desarrollar rituales para poder reducir dichos niveles de ansiedad y angustia. Esto podría derivar en un trastorno obsesivo compulsivo (TOC).


Disociación. Esta estrategia se desarrolla en casos donde el dolor psicológico es muy intenso y los afectados necesitan evitar la experiencia de sufrimiento. La disociación puede generarse en la infancia ante situaciones de amenaza o en la edad adulta cuando se desencadena una situación traumática. Se pueden derivar en trastornos disociativos.


Según Manuel Hernández Pacheco, otro mecanismo para recuperar el equilibrio es el desarrollo de patrones de personalidad definidos para poder tolerar esta incertidumbre y emociones:


  • Personalidad cuidadora. Surge cuando los niños aprenden que sus necesidades no son lo suficientemente importantes en el vínculo con sus cuidadores, lo que generalizan a la relación con los demás. El pequeño intenta adaptar su comportamiento a lo que cree que los demás esperan de él, a través del cuidado de los demás, sobre todo el de los padres. Estos niños que intentan agradar y satisfacer las necesidades de los demás desarrollan mucho enfado interior, pero no expresarán por miedo al rechazo. Puede acabar llevando a trastornos de ansiedad o de personalidad.


  • Personalidad perfeccionista. Los niños llegan a pensar que, si son perfectos, los querrán y todo irá bien. Cada vez se van esforzando más, pero nada cambia y no llegan a estar satisfechos, así que seguirán intentándolo, porque nunca es suficiente. Esto se convierte en una búsqueda patológica de perfección, que acabará formando parte de su personalidad. Pueden desarrollar un trastorno de la personalidad.


  • Personalidad narcisista. En este caso, los niños desarrollan un carácter poco empático donde sus necesidades se anteponen a las de cualquier otra persona. Puede surgir de varias formas:


  • Personalidad indolente. Los niños que temen el sentimiento de fracaso evitarán cualquier situación que pueda implicarlo. Acaban culpabilizando a los demás de todo lo que no funciona sin intención de hacer ningún esfuerzo por cambiar algo. Podría considerarse algo natural en su etapa evolutiva, pero, si perdura, se podría considerar una conducta patológica.


En conclusión, es crucial darle importancia a la forma en la que nosotros, por circunstancias y experiencias vividas, hemos aprendido a relacionarnos y, sobre todo, darle mucho valor a cómo nos vinculamos con los niños para evitar problemas en su desarrollo emocional.


Como se menciona al inicio del artículo, no hablamos de trastornos de personalidad en la niñez. La personalidad se está formando en estas etapas y es importante que no estigmaticemos al niño por ciertas conductas. Más bien, debemos tomarnos las dificultades que el pequeño presenta como oportunidades para ayudarlo. La clave está en tratarlo desde la perspectiva más humana y profunda.


Carolina Lejárraga Fernández
Psicóloga Sanitaria M – 33560
Centro Psicológico Cepsim


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