Covid-19: ¿Funcionan los controles de precios en tiempos de pandemia?

La crisis sanitaria del coronavirus ha puesto a prueba la economía mundial y muchos países han recurrido a controles de precios, pero ¿funcionan realmente estas medidas? ¿Son capaces de evitar la inflación y el desabastecimiento?
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Por Federico J. Caballero


La extensión de la pandemia del covid-19, como es natural, ha disparado la demanda global de productos relacionados con la prevención del contagio, especialmente guantes, mascarillas y material desinfectante desde principios de año.


En numerosas ocasiones este aumento no ha podido ser seguido de un crecimiento equivalente de la oferta, lo que se ha traducido en un fuerte incremento de los precios. Esta nueva situación ha llevado a muchos gobiernos (España, Malasia o Argentina son ejemplos de ello) a imponer precios máximos para la venta de algunos productos.


Teóricamente, con la intención de impedir la especulación y asegurar que incluso las personas con menos recursos puedan acceder a ellos. No obstante, también existen voces críticas que argumentan que este tipo de medidas solamente generarán escasez.


En este artículo analizaremos los efectos de los controles de precios sobre el abastecimiento, tanto desde la teoría como desde la experiencia económica.


¿Por qué controlar los precios?


Es posible que para personas acostumbradas a la vida en una economía de mercado los controles de precios puedan sonar como una novedad.


Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Los controles de precios son tan antiguos como algunas de las primeras civilizaciones. Sus primeros vestigios los encontramos en el Código de Hammurabi (Babilonia, 4,000 AC) con unos precedentes muy bien documentados en los decretos del emperador Diocleciano (Roma, s. III DC), los cuales acabaron en un rotundo fracaso. En realidad, se trata de algo tan simple como obligar a los empresarios a vender un producto determinado a un precio fijado de antemano por las autoridades económicas. Así pues, en ocasiones, esta modalidad puede ser algo más flexible y establecer un precio mínimo o máximo, pero el concepto es esencialmente el mismo.


Las razones pueden ser muy variadas y nos ayudan a entender las medidas aplicadas en cada caso. Si la finalidad es beneficiar al empresario la modalidad suelen ser precios fijos o mínimos por encima de los precios normales que se pagarían en el mercado, ya que si fueran iguales o inferiores a la medida no tendría ningún efecto real: es el caso de numerosos productos agrícolas que se producen y venden en la Unión Europea y están regulados por la Política Agraria Común (PAC).


Por el contrario, si lo que se pretende es mejorar el bienestar de los consumidores, se establecerán precios fijos o máximos por debajo del nivel que determinaría la evolución de la oferta y la demanda. La venta de mascarillas, hoy regulada por los gobiernos en tantos países del mundo, es un claro ejemplo de esta política.


Desde la Roma de Diocleciano a la Argentina de hoy, los controles de precios no han conseguido evitar la inflación, la escasez ni el mercado negro.


En defensa de los controles de precios


Los defensores de la necesidad de establecer precios máximos suelen argumentar dos razones principales.


En primer lugar, la imposición de límites al aumento de precios podría ayudar a contener la inflación, lo que permitiría estabilizar sectores y hasta economías enteras que sufren grandes desequilibrios.


Por otra parte, una flotación libre de los precios en un contexto donde la oferta no es capaz de aumentar al mismo ritmo que la demanda daría lugar a la especulación, lo que dejaría fuera del mercado a todos aquellos compradores que no tuvieran el poder adquisitivo suficiente para pagar unos precios en permanente crecimiento.


En el contexto del COVID-19 este argumento cobra una especial relevancia, ya que la necesidad humana y sanitaria de que toda la población (incluso en sus estratos más pobres) tengan acceso a material de prevención parece hacer imprescindible un control de precios que impida la actividad de los especuladores.


La venta de mascarillas, por ejemplo, se ha regulado en numerosos países estableciendo precios máximos por esta razón. Sin embargo, los resultados son tan dispares que impiden sacar conclusiones claras a priori: si bien las medidas han funcionado en Corea del Sur y Taiwán, en España y Argentina no han evitado el desabastecimiento en algunos momentos de la crisis.


En contra de los controles de precios


Por tanto, si bien existen razones que podrían argumentar la necesidad de controles de precios especialmente en situaciones excepcionales como la actual, desde la teoría económica como estudio de la acción humana también podemos encontrar motivos que nos llevan a conclusiones opuestas.


Como primer punto, la existencia de precios máximos por debajo de los que están dispuestos a pagar los consumidores generará incentivos para que éstos acaparen la mayor cantidad posible, lo que en sí supone un estímulo artificial a la demanda. De esta manera las ventas se dispararán aún más, los stocks de las empresas se agotarán más rápidamente y eventualmente habrá desabastecimiento. Podemos visualizar estas situaciones de escasez con las imágenes de largas colas en los puntos de venta que se han hecho frecuentes en países como Venezuela, ya que la disponibilidad suele ser tan reducida que sólo los primeros en llegar pueden comprar el producto que buscan, dejando a los demás fuera del mercado por mucho que estuvieran dispuestos a pagar.


En segundo lugar, bajo un supuesto de ceteris paribus (es decir, donde al menos a corto plazo el precio de los factores de producción se mantiene constante) las empresas verán reducidos sus ingresos mientras sus costes no se ajustan, lo que supondrá inevitablemente una caída del margen de beneficios. En algunos casos, si el precio establecido es lo suficientemente bajo, los empresarios se encontrarán por debajo de su umbral de rentabilidad, lo que desincentivará la producción en el sector. Incluso en el supuesto más optimista de unos precios de factores de producción perfectamente elásticos a la baja, esto sólo podría ocurrir si existe en mayor o menor medida una reducción de la oferta, lo que provocaría igualmente una situación de escasez.


Por el contrario, un mercado donde los precios puedan formarse libremente y reflejen tanto las preferencias reales de los consumidores como las posibilidades de producción de las empresas puede permitir resolver estos problemas. En este sentido es importante recordar que (nuevamente ceteris paribus) un aumento de la demanda presiona al alza los precios de venta, lo cual incrementa el margen de beneficio. De esta manera se generan incentivos para que las empresas maximicen su volumen de producción (trabajando más horas, contratando más personal, instalando maquinaria, etc.) e incluso para que lleguen inversiones desde otros sectores de la economía, atraídas por la mayor rentabilidad ofrecida. 


La única objeción posible a este razonamiento sería que el aumento de la demanda de factores de producción daría lugar a un alza en sus precios que al final anularía la mejora de los márgenes de beneficios, pero este supuesto solamente podría darse por válido si la oferta de estos factores fuera completamente rígida, lo cual no suele ocurrir en la mayoría de los mercados.


El milagro económico alemán


Analicemos el ejemplo de la Alemania de posguerra. A priori, la situación alimentaria de un país devastado por el mayor conflicto bélico del siglo XX era desesperada, ya que su población, si bien se había visto reducida, seguía demandando productos de primera necesidad para su subsistencia, mientras que el tejido productivo había prácticamente desaparecido.


El milagro económico alemán comenzó en el mismo momento en que se abolieron los controles de precios

En términos económicos, podríamos decir que la oferta había caído en una proporción mucho mayor que la demanda. Las autoridades militares de las fuerzas de ocupación aliadas intentaron paliar la crisis con distribuciones de alimentos y fijación de precios máximos, pero no consiguieron evitar el desabastecimiento ni la extensión de un amplio mercado negro. Así transcurrieron los primeros tres años de posguerra, de los más duros recordados por la historia alemana contemporánea.


Sin embargo, el 18 de junio de 1948 el ministro de Economía alemán Ludwig Erhard eliminó la mayor parte de las restricciones sobre los precios, a la vez que se promulgaba una reforma monetaria dirigida a recuperar la confianza en la divisa del país.


El efecto fue casi inmediato, ya que la inmensa oportunidad de negocio que suponía participar en el abastecimiento de una enorme población desabastecida a través de precios en alza disparó la producción de bienes de primera necesidad.


Gracias a los nuevos incentivos se aumentaron las horas trabajadas y llegaron nuevas inversiones que permitieron incrementar aún más la capacidad productiva, con lo cual progresivamente los mercados se vieron inundados de los productos que antes escaseaban. De esta manera en pocos años se acabó con el desabastecimiento en Alemania, sin dar lugar a especuladores ni tensiones inflacionistas ya que la subida de precios se vio moderada a medio plazo por una evolución igualmente positiva de la oferta.


La liberación de precios de Erhard se convirtió así en la piedra fundacional del milagro alemán.


Los controles de precios durante el coronavirus


La teoría económica nos demuestra, por tanto, que la existencia de sistemas libres de formación de precios no deja necesariamente a consumidores fuera del mercado ni produce inflación, sino que aumenta el volumen de productos que se pone a disposición de los compradores.


No obstante, la condición para que este supuesto sea válido es que la oferta sea elástica. Es decir, que los empresarios tengan la posibilidad de incrementar sus niveles de producción, que los recursos financieros de la economía puedan moverse con libertad de un sector a otro para que lleguen inversiones y que no existan barreras a la entrada de nuevos competidores en el mercado.


¿Por qué funcionaron entonces los controles de precios en Taiwán y Corea del Sur? Sencillamente porque los desincentivos a la oferta fueron compensados por una reducción artificial de la demanda: el racionamiento. Es importante entender que en estos países se ha recurrido a la única manera de evitar el desabastecimiento bajo precios regulados, es decir limitando la compra de mascarillas por parte de la población. Por otra parte, la existencia previa de enormes reservas de material sanitario en manos de los gobiernos y su distribución a los ciudadanos ha permitido paliar los efectos de estas limitaciones a nivel individual.


La conclusión por tanto es que la fijación de precios máximos por debajo de los de mercado suelen traducirse en escasez a menos que vayan acompañados de medidas de racionamiento, lo cual puede ser especialmente peligroso si no existen mecanismos alternativos de aprovisionamiento como la importación masiva de material.


Por el contrario, experiencias como la del milagro alemán demuestran que la libre formación de los precios en mercados competitivos puede ser un mecanismo eficiente para que los empresarios puedan conocer las preferencias reales de los consumidores, y éstos las posibilidades de producción de las empresas. De esta manera oferta y demanda pueden ajustarse continuamente de acuerdo al orden espontáneo del mercado, y no siguiendo parámetros dictados discrecionalmente por autoridades que por falta de información pueden ser económicamente ineficientes.


En cualquier caso, ambas experiencias nos demuestran que siempre será necesaria una oferta lo suficientemente flexible como para adaptarse a las siempre cambiantes condiciones del mercado.


Ya sea mediante una mayor oferta exterior (si un control de precios se compensa con importaciones masivas) o interior (si un sistema de precios libres fomenta la producción nacional), la clave para evitar el desabastecimiento es que las empresas tengan la capacidad y los incentivos suficientes para expandir la oferta de bienes y servicios cuando las condiciones del mercado lo demandan.


*Este análisis es de Federico J. Caballero Ferrari, fue publicado en https://economipedia.com/actual/funcionan-los-controles-de-precios.html


Federico J. Caballero

Economista y profesional del sector financiero. Graduado en Economía la UAM y UNED, MBA en Cerem Business School (Madrid) y estudios de posgrado en las universidades de Maastricht y Utrecht (Países Bajos). Con experiencia en banca privada y de inversión, Federico se dedica actualmente a la robotización de procesos en el ámbito financiero.

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