De la tortura a la anestesia

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SANTO DOMINGO / DIARIO DE SALUD.-- ANTES de la década de 1840, los pacientes no iban nerviosos camino del quirófano; iban aterrorizados. ¿Por qué? Porque no existía la anestesia. “No era raro que el cirujano entrara a la sala de operaciones con una botella de whisky en cada mano: una para el enfermo y la otra para él, a fin de poder soportar los gritos”, relata Dennis Fradin en su libro “We Have Conquered Pain” (“Hemos vencido el dolor”).


Borrachos o drogados


Médicos, dentistas y pacientes lo intentaban todo con tal de mitigar el dolor en las operaciones. Los doctores de China y de la India usaban la marihuana y el hachís, mientras que en diferentes partes del mundo se utilizaba extensamente el opio, lo mismo que el alcohol. En la antigüedad clásica, el galeno griego Dioscórides —el primero, que se sepa, en emplear la palabra anestesia— atribuyó facultades anestésicas a pócimas elaboradas con mandrágora y vino. En épocas posteriores, algunos incluso experimentaron con el hipnotismo.


A pesar de todo, el alivio del dolor distaba de ser satisfactorio, de modo que cirujanos y dentistas trabajaban tan rápido como podían; de hecho, se les calificaba según su agilidad. Pero hasta los más veloces seguían infligiendo enormes sufrimientos. Por eso era común que la gente prefiriera soportar toda clase de males, como tumores o tener la boca llena de dientes cariados, antes que enfrentar la tortura de una operación quirúrgica o una extracción de muelas.

El vitriolo dulce y el gas hilarante


En 1275, el médico español Ramon Llull obtuvo un líquido volátil e inflamable mientras experimentaba con ciertas sustancias químicas, y lo llamó vitriolo dulce. En el siglo XVI, un médico de origen suizo conocido comúnmente como Paracelso hizo que unos pollos inhalaran vitriolo dulce, y observó que no solo se dormían, sino que también perdían toda sensibilidad al dolor. Ni él ni Llull, su predecesor, experimentaron con seres humanos. En 1730, el químico alemán Frobenius le dio a este líquido su nombre actual, éter, que en griego significa “cielo”. Sin embargo, habrían de transcurrir ciento doce años más antes de que los poderes anestésicos del éter se apreciaran a plenitud.


Mientras tanto, el científico inglés Joseph Priestley descubría en 1772 el óxido nitroso, gas que al principio se creyó letal, aun en pequeñas dosis. Pero en 1799 el químico e inventor británico Humphry Davy decidió resolver la incógnita probándolo consigo mismo. Descubrió con asombro que lo hacía reír, así que lo denominó “gas hilarante”. Davy escribió sobre las posibles propiedades anestésicas del compuesto gaseoso, pero nadie en aquellos días continuó con las investigaciones.



Fiestas de éter y de gas hilarante


Las bufonadas que Davy hacía bajo los efectos del gas hilarante (al que fue adicto por un tiempo) se hicieron famosas, y no tardó en ponerse de moda inhalarlo por diversión. Hasta los dueños de circos ambulantes incluían en su programa la participación de voluntarios que pasaban al escenario y esperaban su turno para aspirar el óxido nitroso. Como el gas suprimía las inhibiciones, las payasadas desenfrenadas de los voluntarios conseguían sin dificultad que el público riera a mandíbula batiente.


Por aquel entonces se popularizó también la inhalación de éter por placer. Un día, sin embargo, un joven médico estadounidense llamado Crawford W. Long se percató de que sus amigos eran insensibles al dolor aunque se habían lastimado al ir tambaleando de un lado a otro bajo los efectos del éter. De inmediato pensó en su potencial aplicación a la cirugía. Dio la casualidad de que James Venable, estudiante que participaba en una fiesta de éter, tenía dos pequeños tumores que deseaba que le extirparan, pero posponía siempre la operación por miedo al dolor. Cuando Long le propuso practicársela bajo los efectos del éter, Venable accedió, y el 30 de marzo de 1842 se realizó la intervención sin dolor. No obstante, Long no hizo público su descubrimiento sino hasta 1849.


Los dentistas también descubren la anestesia


En diciembre de 1844, un dentista norteamericano llamado Horace Wells asistió a un espectáculo ambulante en el que Gardner Colton exhibió el óxido nitroso. Wells se ofreció para probarlo, pero retuvo suficiente claridad mental como para darse cuenta de que otro participante, a pesar de haberse golpeado las piernas contra una dura banca y estar sangrando, no manifestaba dolor. Aquella noche, Wells se resolvió a probar el óxido nitroso en su consultorio dental, pero primero lo experimentaría en sí mismo. Le pidió a Colton que aplicara el gas y a John Riggs, compañero de profesión, que le sacara una molesta muela del juicio. La extracción fue todo un éxito.


Wells decidió hacer una demostración del descubrimiento ante sus colegas. Dado que estaba muy nervioso, no administró suficiente gas, y como consecuencia, el paciente lanzó un grito cuando se le sacó la muela. Los presentes abuchearon a Wells al instante. Pero debieron haberle preguntado al paciente, quien confesó más tarde a Wells que, aunque gritó, sintió poco dolor.


Otro dentista estadounidense, William Morton, practicó el 30 de septiembre de 1846 una extracción dental indolora usando éter, la misma sustancia empleada por Long en 1842. Preparó el éter con la ayuda del eminente químico Charles Thomas Jackson y, a diferencia de Long, organizó una demostración pública de sus propiedades anestésicas durante una operación quirúrgica, que tuvo lugar el 16 de octubre de 1846 en Boston (Massachusetts, E.U.A.). Morton aplicó la anestesia; a continuación, el cirujano, un tal doctor Warren, realizó la intervención, que consistió en extirpar un tumor localizado debajo de la mandíbula. Fue un rotundo éxito, y la noticia se extendió con rapidez por Estados Unidos y Europa.


Otros descubrimientos


Esos emocionantes hallazgos motivaron la investigación con otros vapores. El cloroformo, descubierto en 1831, dio buenos resultados en 1847, y enseguida se convirtió en el anestésico preferido en algunos lugares. Poco después, se insensibilizaba con él a las mujeres durante el parto, incluida la propia reina Victoria de Inglaterra en abril de 1853.


Por desgracia, la historia de la anestesia general tiene sus páginas negras, como cuando surgió una disputa acalorada en cuanto a quién debería recibir el mayor reconocimiento por el descubrimiento de la anestesia (como es obvio, no de los compuestos químicos en sí): Long, Wells, Morton o Jackson, el eminente químico que ayudó a Morton. Aunque nunca se ha llegado a un acuerdo, la serenidad que proporciona el paso de los años ha hecho que muchos reconozcan la contribución de estos cuatro personajes.


Entre tanto, se iba avanzando en el terreno de la anestesia local, llamada con frecuencia anestesia regional, en la que se emplean sustancias que dejan consciente a la persona mientras una región de su cuerpo es insensibilizada. Hoy en día es común que los cirujanos dentales se valgan de anestésicos locales cuando trabajan en los dientes y las encías; que los médicos los empleen para operaciones menores y restauraciones postraumáticas, y que los anestesistas los apliquen a las mujeres que van a dar a luz.


La anestesiología terminó convirtiéndose en una especialidad médica separada. Los anestesistas modernos toman parte en la preparación del paciente antes de la operación. Logran insensibilizarlo al dolor valiéndose de un sofisticado equipo y de anestésicos complejos, que son el resultado de mezclar varios agentes químicos con oxígeno. De hecho, muchas personas quizás ni se enteren de que su médico usó dichos gases, pues con frecuencia se administran solo después de aplicar la anestesia inicial por vía intravenosa. El anestesista también colabora en mitigar el dolor después de la operación.


Así que, si usted, lector, necesita algún día someterse a una intervención quirúrgica, intente controlar los nervios. Imagínese que está sobre una rudimentaria mesa de operaciones de unos dos siglos atrás; la puerta se abre y entra el cirujano con dos botellas de whisky. ¿No le parece de repente casi agradable el complicado instrumental del anestesista moderno?


LA ACUPUNTURA: método oriental para aliviar el dolor


Se afirma que la acupuntura, antigua técnica terapéutica de China, alivia el dolor. Los especialistas insertan agujas en determinados puntos del cuerpo, casi siempre lejos de la zona que se está tratando. Una vez insertadas, se pueden girar o conectar a una corriente de bajo voltaje. La Encyclopædia Britannica indica que la acupuntura “se utiliza de forma habitual en China como anestésico en cirugía. Ha habido visitantes occidentales presentes en ambiciosas intervenciones quirúrgicas (por lo general dolorosas) realizadas en pacientes chinos que permanecieron totalmente conscientes durante toda la operación, bajo anestesia local inducida de forma exclusiva por la acupuntura”.


Solo debería ejercer la acupuntura un hábil terapeuta con capacitación médica. La Encyclopedia Americana señala que “han ocurrido accidentes graves cuando las agujas empleadas en la acupuntura atraviesan el corazón o los pulmones, y puede contraerse hepatitis o alguna infección local, o haber complicaciones parecidas si se emplean agujas sin esterilizar”. Desde luego, la anestesia general también conlleva riesgos, al igual que la misma operación, sin importar el método anestésico empleado.

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