Por Dr. Pedro Mendoza
Hasta hoy, solo tenemos sospecha de que existe la materia oscura, pero de que la vejez existe, que es una verdad “monda y lironda”, nadie lo pone en duda; ni siquiera aquellos sumidos en la locura.
Todos los humanos, sean adolescentes o adultos, normalmente experimentamos el permanente deseo de llegar a viejos, es decir, pasar de los 65 años “vivitos y coleando”. El gerundio “coleando” del verbo “colear” se refiere a la bravura de un torero que en el redondel de un estadio desafía al toro tomándolo por la cola. Esa arriesgada acción solo la llevan a cabo los toreros más experimentados, nervudos y fuertes.
De ahí la connotación que se le da a la frase “vivito y coleando”, cuando significamos que aunque rebasamos la sexta década de la vida, todavía tenemos bríos corporales, entusiasmo para ser productivos, gozamos de salud física y emocional, disfrutamos de haber propiciado una familia sana, equilibrada y solidaria, las dolencias coincidentes con la edad madura son mínimas ¡y aunque no podamos dar un jonrón, pero sí podemos dar un “toquecito” porque lo importante es llegar salvo a la primera base!
Los términos “viejo” y “anciano”, fueron sustituidos, ‘socialmente’, por los términos “envejeciente” y “adulto mayor”. Pero para los fines fisiológicos (funcionales), productivos, emocionales y cognitivos, viejos y ancianos no han variado absolutamente nada. Se ha dicho que se hizo para quitarle a la palabra “viejo/a”, “anciano/a”, la evocación de rechazo, minusvalidez y compasión que comportan esos términos, sin embargo, es bueno saber que la edad avanzada, la vejez que se lleva jubilosa, sin paranoia ni mañas que empobrecen el espíritu, la agilidad de la mente y la capacidad de sentir ternura, es como el largo viaje de la poesía. La poesía puede viajar con los ojos abiertos o vendados.
Si viajamos los 20 ó los 30 años de la vejez y ancianidad sin caer presas de los lamentos de que no podemos hacer lo que hicimos entre los 20 y los 50 años, si logramos mantenernos a salvo de enfermedades degenerativas, libres de largos periodos depresivos con el insomnio que esto acarrea, libres de la incapacidad de perdonar y de ponernos en lugar del otro, libres de la peligrosísima tendencia a atesorar compulsivamente decenas de cosas materiales, libres de la incapacidad de valorar justamente a los demás en lo que hacen y piensan, libres de la torpeza de criticar y menospreciar las loables acciones del otro por ser mi adversario, libres del deseo de humillar y socavar la dignidad y reputación ajena, y si finalmente logramos rechazar y matar la malévola tendencia a la suspicacia, a cambiar o exagerar el sentido y la intención de lo que dice o hace el otro, y si logramos doblar el largo y filoso puñal de la codicia, pues el viaje de la vejez será totalmente exitoso, claro, ligero y majestuoso ya que lo haremos con los ojos ‘abiertos’.
En cambio, si nos atrapa el desconsuelo, si nos atrapa la extraña idea de que “el árbol de la vida” no es verde sino gris o color canela como el de las adicciones, si llegamos al convencimiento de que la vejez no es más que una especie de aterrador cortocircuito en los cables cargados de la vida, si tomamos el cansancio y la distracción como excusa para no asumir ningún compromiso con la familia ni sociedad, si malgastamos el tiempo en convencer a los demás de que Dios no tuvo razón cuando botó a Adán y a Eva del paraíso, si no somos capaces de hacer lo necesario para no sentirnos como viejos desamparados e inútiles, y si finalmente, creemos que ya nuestro cerebro no tiene la energía suficiente para hacer que el agua hable o que el manantial brote, pues todo esto es un claro indicio que estamos haciendo el viaje de la vejez con los ojos ‘vendados’. Hemos escogido un envejecimiento patológico, perjudicial y mucho más breve de lo que debió ser.
Dios no tiene hijos favoritos, no importa que todos los creyentes cristianos creamos que sí; la vejez tampoco. Sin tomar en cuenta los factores hereditarios, cada viejo o envejeciente o anciano, puede hacer muchísimo por alcanzar una buena vejez, y lograrla depende de las previsiones que tomemos antes de llegar a ella; no cuando ya arribamos a ella.
Al autor es Terapeuta familiar
Centro Médico Cibao-Utesa
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