Doctor Julio Defilló

“Nuestro cuerpo no está construido para vivir por siempre, pero eso no significa que no podamos conseguirlo”

El geriatra dominicano Julio Defilló, Egresado Destacado del INTEC, está convencido de que lo que debe cultivarse con más empeño en las aulas y en los hospitales es la conciencia de que los médicos son ante todo cuidadores de personas
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Julio Defilló (INTEC)


SANTO DOMINGO / DIARIO DE SALUD.--Julio Defilló es un geriatra del siglo XXI. Joven graduado de medicina del INTEC en 2003, ha trillado un camino de reconocimiento profesional pasando por dos de las mejores universidades de los Estados Unidos: Yale y Brown. Y esas son palabras mayores donde quiera. 


Decidió estudiar geriatría, dice, por la relación que siempre tuvo con los abuelos y de algún modo esa ternura de nieto parece extenderse aún hoy a sus pacientes. El doctor Defilló se ríe como un niño (tal vez lo sea) y se le iluminan los ojos contando anécdotas de sus pacientes. Insiste en pregonar que el mejor médico no es el que más méritos académicos acumula sino el que más capacidad desarrolla de preocuparse por quienes debe cuidar.


En tiempos en que la esperanza de vida se prolonga más rápido de lo que la medicina es capaz de asimilar, ser geriatra significa definitivamente, un reto apasionante. En algunos casos, como el que recuerda con particular afecto, supone el desafío de tomar decisiones en ámbitos en los que ya no hay literatura. Sobre la condición de los pacientes de 100 años como el Dr. B (así lo llama el Dr. Defilló) las investigaciones y los protocolos escasean.


“El Dr. B es un veterinario exitoso de Nueva York. Muy inteligente. A los 99 años pasó todos los estudios de visión y cognitivos para manejar, incluyendo una prueba simulada de manejo. Para esa época ya nos conocíamos desde hacía cinco años y teníamos una tremenda relación médico-paciente”.


“En su visita de seguimiento después de llegar al siglo de edad noté que tendía hacia las paredes buscando equilibrio al caminar, una señal de debilidad sensorial, entre otras cosas. Cuando lo examiné era claro que tenía una disfunción en su capacidad de detección espacial y vibración en las extremidades inferiores. Fue en ese momento que le dije que era tiempo de dejar de manejar, pues el déficit que estaba notando lo convertía en un potencial “asesino en masas”.


Le pedí las llaves de su vehículo; sin refunfuño me dio su palabra, licencia y llavero. Todavía está vivo, camina media hora en la mañana, y nada otra media hora tres veces a la semana. Nunca tuvo ningún accidente al manejar y lo mejor es que aún hoy día me refiere pacientes”.


La charla fluye ligera con Julio César Defilló, envuelta en humildad, cercanía y un profundo sentido ético que parece marcar la cadencia de cada palabra. Invitado por su Alma Mater a ser orador de la graduación, Defilló reitera en sus minutos con los graduandos lo que luce ser su consigna de vida, simple y práctica: “Este país no te debe nada, no le quites, no le robes, le debes todo”.


—¿Cómo se ve el INTEC, después de 15 años, el tiempo que lleva de haber salido de sus aulas? ¿Cómo se perciben los estudiantes de hoy? ¿Algo ha cambiado?


INTEC ha cambiado pero en realidad siento que es el mismo INTEC. Y los estudiantes de medicina, interactuando un poco con ellos, como lo hice hoy, siento que tienen buena calidad humana. Yo confío en ellos. Me siento reflejado en ellos: yo era así, hasta me vestía igual que ellos.


—¿En qué está trabajando directamente en este momento?


Después que me formé como geriatra en la universidad de Yale, me ofrecieron un trabajo en Brown University, en Rhode Island, relacionado con la investigación en tratamientos para reducir las complicaciones de los pacientes mayores después de ser sometidos a una cirugía. Ya sabes que los pacientes de cierta edad son más propensos a una serie de dificultades y cuando ocurren es más difícil tratarlas. Empezamos con un proyecto de “Co-management”, es decir, manejo proactivo multidisciplinario. Nuestra meta es que se vayan tal y como entraron, que no pierdan facultades y que el tiempo de hospitalización se reduzca. Cada día en un hospital cuesta mucho dinero, sobre todo en los Estados Unidos, por lo que el proyecto supone un enorme ahorro al sistema sanitario. Pronto estaremos publicando los resultados del trabajo que consiste en disminuir la estadía, la re-hospitalización y los gastos de hospitalización de los pacientes mayores.


—¿Qué lo hizo decidirse por la geriatría?


La relación con mis abuelos y el sentimiento de impotencia cuando ellos empezaron a perder facultades. Yo ejercía medicina interna en Estados Unidos, pero no sabía cómo lidiar con problemas que no se curan con una pastilla, condiciones complejas que requieren, además de conocimientos médicos – especialmente de la medicina interna, de órganos del cuerpo- también conocimientos psicológicos y psiquiátricos.


La geriatría parece ser la disciplina médica del futuro, o una de ellas.


Así es. La geriatría es y será cada vez más claramente la disciplina que mantenga la estabilidad del sistema de salud, pues los pacientes con mayor edad tienen más problemas que tratar, aunque no por ello han dejado de ser funcionales. Una sociedad que procura el cuidado adecuado de las personas mayores, al fin y al cabo, es una más funcional; no sólo por las personas mayores directamente, sino también porque esta atención reduce el nivel de estrés de quienes cuidamos de nuestros padres y abuelos.


Nuestros abuelos eran unas personas mayores a los 60, nuestros padres lo fueron a los 70 y nosotros probablemente lo seremos a los 80. Nuestros hijos, ¿A qué edad lo serán?


Lo que planteas es muy real. Como geriatra yo debería, por ejemplo, especializarme en atención a pacientes de más de 85 años pues hoy en día los más jóvenes ni siquiera presentan grandes complicaciones, al menos en los Estados Unidos: están todavía en condiciones funcionales. También tiene que ver con el hecho de que viven en una sociedad que les hace ser así: muchos viven solos de modo que el ser autosuficientes no es un lujo sino una necesidad vital. Las personas mayores en la sociedad norteamericana aceptan el reto de prolongar su autosuficiencia. Viven independientes y felices.


—En países como el nuestro ni siquiera tenemos el permiso emocional para delegar el cuidado de las personas mayores al sistema sanitario. ¿Cómo romper ese trauma social?


Efectivamente, el sentimiento de culpa que se genera cuando un familiar de cierta edad empieza a tener limitaciones es muy elevado. La capacidad productiva de las personas a quienes les toca esa difícil tarea de cuidar de personas que están perdiendo facultades, y se ven obligadas a suplir esas facultades perdidas, se ve profundamente reducida. En Estados Unidos se está considerando un tema de estudio importante el procurar definir las maneras más adecuadas para que los familiares puedan cuidar de sus personas mayores de una manera cómoda que no reduzca la funcionalidad. Los lugares que procuran cuidados sin internamiento han estado funcionando muy bien en este sentido. Además, el contar con personal debidamente preparado y con una formación sensible a las necesidades de las personas mayores, para ofrecer cuidados en el hogar.


—La vejez supone retos propios que antes no resultaban tan frecuentes. Uno de ellos, la demencia senil, por ejemplo.


Como la expectativa de vida está extendiéndose cada vez más, nos enfrentamos con retos cada vez más arduos relacionados con la degeneración del cuerpo. Sobre lo que mencionas específicamente, se trata de la degeneración de ciertas células causada por factores aún no del todo conocidos. Son enfermedades que conllevan mucho dolor, más que en el paciente, en la familia. Pero la investigación médica está avanzando mucho en ese sentido y aunque algunas personas no lo crean, estamos muy cerca de encontrar soluciones a estas enfermedades. Yo lo creo así, estoy casi seguro de ello.


—¿Podrá llegar a beneficiarnos a nosotros como generación?


Definitivamente, sí. Yo creo que estamos muy cerca de que se den a conocer hallazgos e intervenciones contra el Alzheimer, por ejemplo, que permitirán que el ser humano extienda su vida útil de manera extraordinaria sin padecer de déficit funcional por falta de memoria. Ese es el reto de nosotros, los médicos. Cada generación enfrenta obstáculos que cree imposibles de superar y, así, cada generación los supera y extiende las fronteras de la capacidad humana. Con uno de mis estudiantes, por ejemplo, estamos trabajando intensamente en una investigación sobre la inflamación que ocurre en el cerebro y que causa muerte y degeneración. Si logramos encontrar algo que pueda disminuir esta dolencia, más que encontrar una cura directa, ¿qué tanto mejoraría la calidad de vida de los pacientes?


—¿Estamos jugando con no querer aceptar que al final nuestro cuerpo es mortal?


Nunca diría un no rotundo... A mis pacientes les digo constantemente que no estamos construidos para vivir para siempre, pero esto no significa que no podamos vivir para siempre.


—¿Qué significa ser un dominicano que ejerce en el sistema de atención de salud norteamericano? ¿Cuál ha sido su aprendizaje del proceso que tuvo que vivir?


Cuando se proviene de un país subdesarrollado, llegar a un país del primer mundo donde hay un sistema funcional puede suponer un choque de entrada. Al comienzo algunos creemos que tenemos que “impresionar”, y en verdad no se trata de eso. Pero luego, descubres que se trata de seguir las reglas y constatas que las reglas claras, el orden, facilitan los accesos. Hay un orden, una competencia sana, hay un sistema de evaluación claro, de modo que si haces bien tu trabajo generalmente eres reconocido. Además, siempre existe la manera de hacer más, si lo deseas. De modo que la única barrera que veo para nosotros los dominicanos es el sistema y la competencia que hay para entrar en él es que: se necesita tener buenas calificaciones y buena calidad humana para que el sistema te abra las puertas. Creo que los valores humanos que tenemos ayudan a que se abran las puertas.


—Esto nos lleva al tema de la “fuga de cerebros”: muchos médicos sobresalientes aspiran a completar su formación profesional en el primer mundo y lo logran. Luego, se quedan ejerciendo, por lo que al final el país pierde profesionales que agregarían valor al sistema nacional.


Es una realidad, ciertamente. Y cuando se entra a un sistema que funciona te resulta muy difícil salir. Te preguntas por qué tendría que dejarlo; el sistema te ofrece muchas oportunidades que no se acaban cuando llegas a establecerte como profesional, sino que siguen abriéndose como puertas de crecimiento. Ahora que tengo una hija, me toca pensar de manera un poco más egoísta: ¿Dónde le puedo dar más? ¿Dónde le puedo ofrecer condiciones para un mejor futuro? Sí, es cierto, después que te conviertes en parte del sistema resulta muy difícil salir. No me imagino volviendo a República Dominicana, no me imagino logrando integrarme a esta realidad ni desarrollando una estructura y liderándola como he logrado hacerlo en los Estados Unidos. Y sin estructura, sin un equipo, un sistema, un soporte institucional, no podría trabajar en lo que quiero trabajar.


—Muchos emigrantes siguen atados emocionalmente a su país. ¿Cómo aportar desde fuera? ¿Cómo conjugar la legítima aspiración de desarrollo y crecimiento personal con las preocupaciones sociales por el futuro de un país de origen con carencias tan profundas, justo en el orden del sistema de salud?


Creo que la mejor manera consiste en apoyar la educación de calidad. Esa ha sido mi respuesta, mi compromiso, mi grano de arena. Yo he querido apoyar al INTEC, mi Alma Mater, en la formación de médicos dominicanos, pues considero que es una manera de apoyar la formación de profesionales que se conviertan en entes de desarrollo dentro de la sociedad; muchos de estos muchachos no saldrán del país, por múltiples razones y yo quiero que ellos tengan un mejor ambiente de formación, como también quiero que mis padres cuenten con un mejor sistema de atención a la salud cuando se enfermen porque cada vez que se enferman me preocupo bastante. Yo quiero lo mejor para República Dominicana; soy dominicano, esa condición me acompaña donde quiera que esté y la cargo con orgullo. Mi condición de emigrante me impulsa, precisamente, a hacer las cosas bien. A veces, cuando se está cansado, se puede sentir el deseo de tirar la toalla. En esos momentos yo pienso “soy extranjero, soy dominicano. Si fallo, le estoy fallando a mi país”.


Cuando habla de la calidad profesional, usted hace mucho énfasis en la calidad humana.


Para ser un buen médico hay que combinar varios ingredientes pero creo que el más importante es preocuparse por los demás, ser un buen ser humano. De hecho estoy convencido que esta es la esencia. Insisto mucho con mis estudiantes en que no olviden nunca que nos están pagando para que cuidemos de otros seres humanos. Si te resulta difícil preocuparte por los demás, esta carrera no es para ti. Si te preocupas por la persona sabrás reconocer el dolor que está sintiendo, su sufrimiento y el de las personas que lo rodean y como ser humano, como médico, querrás mejorar esa condición.


No creo, sin embargo, que sea una condición exclusiva de la profesión médica, ¡Todas las profesiones deberían tener los mismos estándares en este sentido! Las personas en general deberíamos tratarnos amablemente. Lo que resulta imperdonable es que quienes tienen más formación maltraten o engañen a quienes tienen menos.


Parecería que la fama endurece a los médicos, tal vez por protección emocional. Los pacientes a menudo estamos condenados a padecer, no solo nuestros males, sino algunas veces la indolencia de quienes nos tratan...


Creo que es un problema del sistema dominicano: los médicos que hacen su trabajo bien están sobrecargados de responsabilidad pues no cuentan con las herramientas para delegar, crear equipos de confianza. De modo que terminan creando barreras para lidiar con la sobre demanda y la mucha crítica de colegas, y subir costos de sus servicios a niveles estrepitosos.


—En la era de la especialización, ¿Cómo hacer que los médicos no olviden ver a la persona en conjunto, y no al órgano afectado?


Enseñándoles en la escuela de medicina. En Estados Unidos están ocurriendo esos cambios. Por ejemplo, los estudiantes que quieren ser cardiólogos salen con una sensibilidad muy alta a los problemas geriátricos porque rotan con médicos geriatras... En otras palabras, te digo que se está dando un regreso a las personas: las mejores escuelas de medicina están hoy procurando formar profesionales que se interesen por los pacientes y se identifiquen con sus problemas. El sistema se ha dado cuenta que la hiper-especialización limita incluso la capacidad de diagnosticar. De hecho, las investigaciones han puesto en evidencia que hemos tendido a un exceso de tratamientos, en perjuicio de los pacientes. Las cosas van a ir cambiando y los médicos seremos cada vez más conscientes de la importancia de ofrecer servicios de salud más sensibles y adecuados.


—Si de usted dependiera transformar el sistema de salud dominicano, ¿a qué le daría prioridad, como lo haría?


Confieso que es la pregunta más difícil que me han hecho. Les daría prioridad a los programas de prevención y atención primaria. Entiendo también que es importante fortalecer nuestra alianza con entidades internacionales para alcanzar las metas pautadas concernientes a los indicadores básicos de salud. Hay un aspecto crucial, también, que es el ser fiscalmente responsables (donde comen dos... comen tres). Establecer claramente qué nos afecta: tenemos que superar el déficit de información. Para esto necesitamos recolectar información de calidad porque el beneficio de contar con ello es mucho más alto que el costo y porque así invertiremos donde más se necesita; además que podríamos aprovecharnos de ayudas internacionales, las cuales le gusta mandar su dinero ahí donde se pueda ver el impacto.


Al mismo tiempo establecer el papel del sector público y al privado procurando claramente que no compitan. El que va al hospital público no debe ir al privado. Por ejemplo, pagar a un médico privado y obtener los medicamentos/laboratorios en un hospital público, drena el sistema para aquellos que más lo necesitan. Me parece que el papel de cada sector es actualmente esquizofrénico, sin metas claras. El sector salud ha crecido, pero no sé si para el bienestar de la población o solo como forma de crear empleos y dinero para los pocos. La percepción del privado es que ha crecido y mejorado considerablemente más que el público, que en ocasiones parecería estar estancado en los años 80.


Un dominicano sobresaliente


Doctor en Medicina, Magna Cum Laude, INTEC 2003, desde temprano Julio Defilló se sintió inclinado hacia la labor social y contribuyó en numerosos proyectos universitarios bajo el liderazgo de Ana Mercedes Henríquez, su profesora de Biología. En 1998 recibió un reconocimiento del Rector del INTEC por su destacado trabajo comunitario después del huracán George; y en 2001 fue delegado de esta universidad en el Congreso Internacional de la Sociedad Latinoamericana de Estudiantes de Medicina.


Tras desempeñarse como médico de planta en la República Dominicana y luego como asistente de Investigación en el Lincoln Medical Center, del Bronx, New York, es aceptado en el New York Medical College Metropolitan Hospital Center para realizar estudios de Medicina Interna donde en su cuarto año asume el puesto de Jefe de Residentes e Instructor Médico para la escuela de Medicina. Durante ese año recibe el premio de enseñanza y liderazgo otorgado por los médicos graduados, además de publicar varios casos clínicos de interés práctico.


Mientras residía en la ciudad de Nueva York, también obtuvo reconocimientos por su trabajo comunitario y participación en programas educativos para la comunidad latina de Harlem. En 2010 es aceptado en la Universidad de Yale para cursar estudios de geriatría y educación clínica. En esta prestigiosa universidad, con la Dra. Lisa Walke, inicia una rotación internacional que más adelante se convierte en la rotación bilateral formal con la Escuela de Medicina de Yale y el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC).

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