Las muertes machistas y la falta de prevención

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Por: José Miguel Gómez


En cualquier sistema organizado se enseña y se aprende a gestionar el riesgo, a disminuir la vulnerabilidad y prevenir los elementos causales que favorecen la mortalidad y la morbilidad de las personas. También en las comunidades se miden los indicadores de riesgos y la tendencia a prevenir las diez causas más frecuentes de insastisfacción, de riesgo psicosocial en salud mental, de salud y de limitación al acceso al desarrollo sostenible. A lo que también, décadas atrás, se hablaba de los acuerdos del milenio. 


Problemáticas como la violencia de género, embarazo en adolescentes, abuso y violaciones sexuales a niñas, utilización y explotación de adolescentes para tener relaciones sexuales por parte de hombres adultos, el consentimiento de familia y la permisibilidad con su hijos adolescentes a entregarlos a adultos en unión libre o matrimonio con menores, producto de la pobreza, la relaciones de poder y legitimización de la patrifocalidad y de la cultura machista. 


Por otra parte, la tendencia al aumento de los femenicidios, la violencia intrafamiliar, la interiorización y el sistema de creencia limitante y distorsionador de que el hombre tiene el control, el poder y la decisión de la libertad, de la existencia y la felicidad de la mujer. Son estos indicadores, juntos a otros, que han continuado aumentado las muertes y maltratos de la violencia machista; mientras las comunidades y familias no saben qué hacer o cómo prevenir que sus hijos no pasen a formar un número más de la violencia. Mientras tanto, sigue de forma limitada y ausente la educación sexual integral en las escuelas, para enseñar a los adolescentes a posponer las relaciones sexuales, a no embarazarse y desertar de la escuela, a no consumir alcohol, drogas ilegales, a no tener conductas de alto riesgo psico-sociales. 


Además, sigue pendiente la revisión del nuevo Código Penal, la regularización de la tenencia y porte de arma de fuego, los programas de prevención y factores protectores y de resiliencia social, en las poblaciones y grupos más vulnerables a ser víctima y victimario de la violencia machista, de muerte violenta, de suicidio, de exclusión social, y de la falta de un sistema de referencia y contra-referencia que les permita a las personas y comunidades a saber dónde ir en caso de crisis, de riesgo, y de un proceso que ponga en riesgo su existencia, la de la familia y la comunidad.


De estas limitantes socio-ecómicas y socio-culturales es que cientos de personas han estructurado pensamientos y sistemas de creencias limitantes y distorsionados que le configuran sus resultados y comportamientos, sin que puedan gestionar una crisis, medir las consecuencias o pensar bien, para actuar mejor. Todas estas muertes violentas de adolescentes y mujeres en las últimas semanas son producto de todos estos indicadores y de los trastornos psicosociales y psicopatológicos que se reproducen en las comunidades, en las familias, en las escuelas y en las personas, sin que nadie pueda prevenir o diagnosticar o tratar cuándo se va a terminar mal. La asertividad social, la fortaleza emocional, la resiliencia social, se trabaja en cada espacio, donde los niños, adolescentes y adultos socialicen para enseñar desde la protección psico-social a tener las soluciones a los conflictos propios de su realidad.


Si continuamos sin establecer las políticas de prevención y de funcionamientos en cada una de las instituciones y programas que están llamados a detener está violencia machista, los riesgos y consecuencias que representan, entonces, seguirán siendo víctimas las niñas, adolescentes y mujeres vulnerables por su condición de pobreza, de marginalidad, de exclusión social e inseguridad en las oportunidades al desarrollo social, producto de la inequidad, y de la falta de cohesión social. Son estas limitantes que generan frustración, desesperanza aprendida, resentimiento y odio, entre las personas, las comunidades y los ciudadanos que observan y viven en modelos desiguales y de tratos diferentes, no importa el delito, la alteración psico-emocional o el trastorno mental.


Las personas tienen que aprender a buscar la ayuda, acudir donde el psiquiatra, psicólogo, consejero espiritual; hablar con la familia, en el trabajo o con amigos. En un momento de crisis, de confusión y de impotencia, hay que dejarse acompañar para tener una visión de helicóptero, reflexionar sobre las soluciones y las consecuencias; aprender a gestionar el riesgo y la vulnerabilidad. Estas reflexiones son parte de la inteligencia emocional y social en una persona, pareja o familia que se sienta atrapada y sin salida.



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