Un adiós eterno para un médico cabal: Doctor Francisco Jiménez Guílamo

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Por Pedro Mendoza


Si ahora que ya partió hacia el más allá, se hiciera una encuesta entre los colegas y los empleados del hospital José Ma. Cabral y Báez, los pacientes y todas aquellas personas que tuvieron la dicha de conocer a Francisco Jiménez, para definirlo de afuera hacia adentro o viceversa, todos responderíamos sin titubeos que fue un hombre rigurosamente cabal, auténtico, competente, y de un grado de honestidad personal y profesional fuera de toda duda. 


Francisco tuvo una vocación cuasi religiosa para el servicio médico a su prójimo. Aun a riesgo de su propia salud, ya que desde hacía algún tiempo vivía “en un tris” por la enfermedad renal que padecía, cumplía estrictamente su horario de trabajo en nuestro hospital sin apelar jamás a la excusa de su dolencia. Por eso, la última vez que solicité su opinión ecocardiográfica sobre un paciente grave que teníamos en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital, y él atendió dicha solicitud a pesar de estar en reposo debido a molestosos síntomas de su enfermedad, me dijo que no sabía por qué, a pesar de estar en licencia, le era difícil no ir al hospital. Le respondí que su generosa disposición era hija de su propia experiencia vital como un médico que se esforzaba por restarle fuerza a la enfermedad que sufría. A continuación le recordé que Frank Kafka, para los días que escribía una de las obras que lo inmortalizó, “La metamorfosis”, tosía y esputaba gruesos cuajarones de sangre causados por la tuberculosis que lo aguijoneaba severamente, y sin embargo, seguía su trabajo de escritor sin hacer caso de su hemoptisis como si gozara ver su propia sangre envolviendo cada uno de los párrafos que posteriormente lo hicieron tan famoso.

Los médicos que hoy podrían ser considerados como profetas y discípulos del bien hacer son pocos. En honor a la verdad, ninguno de sus colegas le regatearía a Francisco Jiménez un sitio privilegiado en ese selecto grupo. Alfred Adler, el famoso psicólogo estadounidense que fundó la escuela de Psicología Individual, escribió que solo los individuos con un elevado grado de madurez psicológica, son capaces de laborar en beneficio de un interés social. Y si es así, no cabe la menor duda de que Francisco dio pruebas irrefutables de ser un individuo emocionalmente equilibrado mientras vivió entre nosotros ya que su interés por los demás fue puntualmente verdadero.

Fue un hombre tan sensible a la tragedia humana, que en el 2013 cuando me pidió que leyera un poemario titulado “Cuaderno de poemas”, que había escrito secretamente, y del cual quiso que yo escribiera el prólogo, al señalarle que casi todo el libro parecía una oda a la solidaridad con el dolor y la muerte de sus seres amados y cercanas amistades, me preguntó por qué le hacia esa observación. Le respondí que los poemas “Duele” y “El dolor” de su “Cuaderno de poemas”, son como un espejo de dos caras que forman un ángulo en 45 grados: La muerte de mi padre// la de mi madre,// La muerte del amigo// la del maestro// la del niño,// o la de la mujer buena o mala// duele. Y en el segundo poema, el poeta en crisálida, Francisco, nos canta: El dolor// si es por amor,// es bendición// es liberación// ¡es transformación!

Después de leerle esos dos poemas donde invoca el dolor y la muerte, respiró hondo y me dijo: Pedro, tú mismo me dijiste hace un tiempo que el escritor julio Cortázar refiere un proverbio indio que dice “Debajo de la ropa que me cubre, estoy desnudo, completamente”. Creo, --prosiguió— que todos los humanos tenemos entre la piel y la ropa que nos cubre una gruesa capa de dolor y yo quiero quitar la fijación en ese sufrimiento.

Descansa en paz, querido amigo. Tu esposa, tus hijos y tus amigos te dejamos ir porque nadie interfiere los planes de la muerte, pero tu ejemplo de hombre probo y sensible al dolor de los demás, nos servirá de inspiración a todos.


 

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