No desamparemos a los ancianos

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Pocas obras de solidaridad tienen un componente de desprendimiento humano tan grande como la que realizan quienes se dedican a cuidar y dar amor y comprensión a los envejecientes.



Quizás por eso la labor la realizan preponderantemente religiosas o laicos de indudable vocación de servicio.


La gran obra que realizan desde hace 34 años las monjas que administran el “Hogar de Ancianos Inspiración Divina”, en Baní,es una prueba de su esfuerzo encomiable y el éxito de su gestión chocan cada día con las precariedades con que deben desempeñar una labor que en cualquier sociedad mínimamente organizada, correspondería por entero al Estado o a los sistemas de protección social.


Aunque hay numerosos ejemplos muy conocidos de labores altruistas como esta en Santo Domingo, Cotuí, San José de Ocoa, entre otras, pero lo que describe sor Aquilina Delgado, administradora del hogar de acogida de Baní, realmente parte el alma: tienen alojados a 34 envejecientes a quienes tienen que proveer de todo, dar mantenimiento e higiene a la edificación, pagar empleados y otros gastos.


Para todo eso solo cuentan con 80,000 pesos mensuales de los que el gobierno entrega 60,000, el Ayuntamiento de Baní 15,000 y la propietaria de una tienda, 5,000.


Por esa precariedad es que cuando llueve las monjas tienen que andar con los envejecientes a rastras para protegerlos de las filtraciones del techo. Las puertas y baños están en deterioro avanzado y cuando se corta la energía -lo que ocurre todos los días en varias ocasiones- quedan expuestos a la oscuridad y a las acciones de los delincuentes.


Es una pena que en República Dominicana el cuidado de los envejecientes siga siengo una labor exclusiva de voluntarios que tienen que rogar y pedir para poder completar su obra.


Nuestra aspiración es que esta sociedad tenga mucho mayor respeto y agradecimiento por las personas que se sacrificaron en su juventud para forjar a las nuevas generaciones, garantizándoles una vejez digna mediante políticas y recursos económicos y humanos del Estado.


En lo que esa meta se concreta, pedimos que se tiendan manos generosas a las personas que con su gran corazón y fe, hacen lo imposible para que sus protegidos vivan sus últimos años en forma decente y con el mayor calor humano, sin la incertidumbre del desamparo.

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