Contribuyamos con nuestra propia higiene mental

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Por Dr. Pedro Mendoza


El 24/6/2018, LA INFORMACION publicó un artículo de nuestra autoría titulado: “Hagamos una alianza con la calma”. En aquel artículo dije: “La gente necesita para realizar su vida cotidiana mentalmente sana, una buena dosis de tranquilidad del espíritu y de sosiego emocional”.

También dije que una buena higiene mental nos previene contra los estragos físicos y psicológicos que nos provoca el estrés que nos causan las preocupaciones y obsesiones por lograr cosas que tal vez nunca necesitaremos.

Insisto en este asunto porque por largo tiempo vengo observando que los dominicanos tendemos a ser peripatéticos, es decir, exageradamente rígidos en nuestros juicios u opiniones sobre hechos reales o tal vez reales o completamente inverosímiles. A mayor magnificación de las cosas que nos pasan o de las que suceden o creemos que suceden en nuestros alrededores, mayor será nuestro error al enjuiciarlas positiva o negativamente. Y la probabilidad de que hagamos un enjuiciamiento negativo será más alta en la medida que los distintos grupos sociales tengan un nivel de higiene mental pobre.

Lo que mejor refleja la precaria higiene mental de las clases media, pobre y muy pobre de la sociedad dominicana, es el grado de “desesperación” con que desea o espera hallar una solución a cualquier tipo de problema, como si las soluciones de los problemas sencillos fueran las mismas que solucionarían los grandes y los complejos. Como tengo la manía de buscarle una definición operacional a los conceptos que la gente usa constantemente aunque de manera imprecisa, defino el término “desesperación”, como el estado de tensión emocional en que se haya una persona cuando genera un pensamiento desproporcionadamente angustioso ante la inminencia de algún acontecimiento que desea que pase sin tomar en cuenta las posibilidades reales de que suceda en el momento exacto que lo espera.

Así, las personas propensas a la desesperación todo lo quieren, todo lo desean “ahora mismo”. No tienen capacidad para posponer para otro día, para otra ocasión, una gratificación por pequeña que sea pero menos capacidad tienen para escuchar el argumento ajeno Una persona desesperada “explota” como las pompitas de jabón cuando las cosas no salen como las quiere, o mejor dicho, cuando el otro, el patrón, el Gobierno, la esposa, el esposo, el Cuerpo de Policías, no hace exactamente lo que ella desea al instante. Por eso he insistido que la desesperación es una de las conductas más peligrosas que como sociedad hemos prohijado y mantenido como si se tratara de una emoción positiva.

La desesperación es una especie de comején venenoso que devora sin piedad la higiene mental de millones de nuestros conciudadanos hasta el punto que los lleva a decir declaraciones y a mostrar comportamientos que luego lamentan por los perjuicios de toda índole que les acarrean.

Por lo tanto, si quiere usted, amable lector, aumentar el grado de higiene mental que usted supone que tiene almacenado para hacerle frente a los fracasos y tormentos que todos, unos más que otros, tenemos en la vida, para afrontar los engaños, los desengaños, la bruma emocional que nos provocan las enfermedades propias y las de los seres que amamos, los amores que una vez perdimos sin saber por qué, la pérdida de las cosas materiales que no debimos perder y otras más, pues siga estas orientaciones que mucho le ayudarán:

1) Tenga una opinión realista de sí mismo; no vea la reja más ancha de lo que es.
2) Mantenga una actitud optimista y realista frente a la vida.
3) Acepte y destaque el lado positivo de los demás.
4) Cultive relaciones interpersonales de provecho con los que ama y los de su entorno.
5) Haga oportuna resiliensia ante los sinsabores de la vida, es decir, ponga buena cara a cada tropiezo azaroso de la vida.
6) Desarrolle una personalidad capaz de adaptarse a circunstancias difíciles.
7) Sea flexible consigo mismo y con los demás cuando juzgue sus comportamientos
8) No tienda a exagerar lo que oye o ve.
9) No sienta vergüenza de confesar el error cometido.
10) No condene a su prójimo antes de que lo hagan los jueces.
11) Si asumes tu propia responsabilidad por los éxitos, asúmela también por los fracasos, pues culpar de estos a los demás equivale a culpar a un río hondo por el ahogamiento de una víctima.
12) No dejemos que la vanidad y el narcisismo nos convierta en mezquinos y siniestros

El autor es terapeuta familiar 

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