Higiene mental: hagamos una alianza con la calma

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Por Dr. Pedro Mendoza


Los dominicanos tenemos no el deber, sino la obligación urgente de armonizar nuestro diario vivir y sus afanes con nuestra mente, nuestras funciones mentales, nuestros sentimientos, comportamiento y emociones, porque de lo contrario, si seguimos como vamos, “a to meter”, pues el Gobierno tendrá que iniciar cuanto antes la construcción de por lo menos diez hospitales psiquiátricos.

La gente necesita para un vivir cotidiano, mentalmente sano, una buena dosis de tranquilidad del espíritu y de sosiego emocional. Hagamos de la calma nuestra mayor y mejor virtud; dejemos que ella incube y críe sus pichones en el nido de nuestra paciencia. Usted no debe arruinar su estado normal de salud mental o su buen estado de higiene mental, con preocupaciones y obsesiones por lograr cosas que tal vez nunca necesitará.

Vamos demasiado acelerados en busca de dinero, placer sexual rapidito y diversiones a todo dar pero sin que nos cueste esfuerzo. El dinero se le roba a quien lo tiene y se le asesina, la mujer no es vista como un ser de ternura y lista para ser conquistada y amada sino que de ella solo se ve su vagina como una cajita de placer rápido y sin costo; por eso se le viola y se le mata.

No hay razón para que vivamos con un nivel de estrés hasta el tope. Si midiéramos en sangre el cortisol, la hormona del estrés, en la población adulta dominicana, nadie se sorprendería si el laboratorio reporta que la tenemos en cifras astronómicas. Millones de personas no se dan cuenta que el bienestar, es decir, esa sensación de que nuestro espíritu, nuestros sentimientos y emociones, nuestros productos mentales (ideas y pensamientos de provecho), solo aparece y florece cuando podemos estar serenos, cuando tenemos hábitos de conducta honorable, noble y generosa, cuando aceptamos la realidad que se nos presenta o la soledad que nos sobreviene súbitamente sin miedo, y cuando nos sentimos útiles y aprendemos a afrontar dificultades sin desquiciarnos.

No se meta en la cabeza que el mundo es solo una extensa y hermosa finca sembrada de mangos sabrosos de propiedad exclusiva de unos cuantos señores que lo tienen todo en tanto que a usted apenas le dejan comer las semillas y las cáscaras. Solo a gente tonta le hacen creer semejante disparate; pues el universo entero está sembrado de todas las especies de mangos sabrosos para el disfrute suyo y de todo aquel que recoge y come felizmente la fruta sin quejarse de que ha tenido una vida de sufrimiento o que algún vecino malicioso guardó para mañana una mayor cantidad de mangos que usted.

He repetido en varios de mis artículos que es preferible causarles envidia a los demás que despertar la compasión de la gente. ¿Por qué digo semejante afirmación? Ah, porque quien causa la envidia de los demás tiende a ver la vida de un modo sonriente, se siente más dueño de sí mismo y rehace y construye cada día una nueva esperanza, en cambio, quien desea y busca la compasión de los otros se limita a lamentarse de su “mala suerte” y a pensar como lo hacía el caballo flaco y derrengado de la fábula.

Sé que nunca, --decía el penco resignándose a su suerte-- podré aparearme ni siquiera con la más anoréxica de las yegüitas, pues no parezco buenmozo y mis patas parecen más de flautero que de caballo, no tengo una larga y sedosa crin, aunque sí dos profundas mataduras en mi lomo, y para colmo no tengo un paso firme y suave y tampoco aprendí a relinchar. Entonces el cerdo que le escuchaba apaciblemente dijo: “Bueno, Ramón --nombre de pila de aquel penco--, por lo que usted me cuenta es como para pedir la eutanasia. Pero le diré lo siguiente: Si yo me llevara de la idea de que el próximo chicharrón que usted se coma saldrá de mi espinazo, pues no me hubiera apareado con ninguna de las bellas marranas que hay en este vecindario y, probablemente, ni siquiera con puercas ya pasaditas de moda por los partos y la edad. Sin embargo, una vez leí en un libro escrito por uno de mis antepasados que fue filósofo, que el derecho a parearse de un caballo o el de un puerco no depende de su atractivo físico ni su sapiencia, sino de su coraje y de su capacidad para mantenerse centrado en una vida de acción con sosiego. Aprenda a relinchar y cure sus llagas; ya verá cómo hermosas yeguas harán fila esperando turno para aparearse con usted.

Pero que va; “Ramón” jamás comprendió que aunque el destino baraje las cartas, somos usted y yo los que hacemos el juego.

Por eso, recuerdo a mis lectores que la excelencia, el mejor de los mundos y una salud física y mental absoluta, son estados inalcanzables para humanos, puercos y caballos. Por tanto, con que intentemos convencernos de que el destino de nadie es irreversible, debería ser suficiente para que nuestras vidas transcurran en un ambiente de calma; es decir, ni con tanta prisa ni con tantos pesares.

El autor es terapeuta familiar
Centro Médico Cibao-Utesa

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