¿Son los celos una pasión o la pérdida de una esperanza?

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Por Dr Pedro Mendoza


El profesor Lalo Sirí, me envía a través de correo electrónico la siguiente Nota. “Doctor Mendoza: Leí en LA INFORMACION del día 20 de mayo, su artículo titulado “El porqué el hombre es más dado a los celos que la mujer”, sin embargo, me quedé esperando que usted definiera los “celos” que se sienten por una mujer. Quisiera que usted nos dijera a sus lectores tal definición.”

Tiene razón, señor Sirí, cometí una pifia. Como es probable que otros lectores notaran la misma pifia, ahora asumo el deber de ser más preciso con el lector a fin de que pueda formarse una idea un tanto más clara sobre un tema que desde la Antigüedad ha ocupado el interés de filósofos, poetas, dramaturgos, psicólogos, moralistas, historiadores y teólogos. Y estoy absolutamente seguro que si el hombre hubiese hecho su aparición durante el periodo cretácico, pues los pensadores que pudieran haber existido en aquel periodo nos hubieran dejado sus ideas y crónicas sobre los celos humanos.

Si nos atenemos estrictamente a la consideración que tenían los poetas trágicos griegos que escribieron obras donde el “celo” aparece como el gran resorte de pulsión e ira acumuladas, sobre todo, en el caso de Eurípides, el audaz autor de la tragedia de Medea, pues no podemos más que admitir, como lo hizo más tarde el filosofo inglés Tomás Hobbes en sus obras “Leviatán” y “La naturaleza del hombre”, que el celo es una pasión, una ira amorosa. Por ejemplo, Hobbes acepta que el celo es un escenario de ira que de acuerdo a su intensidad, el homicidio es posible.

Al leer la tragedia de Medea del poeta Eurípides, aquel asesinato múltiple cometido por Medea la mujer de Jasón contra sus propios hijos, atormentada por la ira enceguecedora de los celos contra su marido, el lector se siente atravesado por la misma daga puntiaguda y afilada usada por Medea para apuñalar a sus hijos.

Sin embargo, cuando nos atenemos a la Psicopatología, y digo psicopatología, porque los celos son compatibles con síntomas de un trastorno; son síntomas representativos de una anomalía afectiva y conductual, donde el celoso es presa voluntaria de un antagonismo irascible contra la mujer que dice amar o de la mujer contra el hombre que jura amar. Pero en el fondo de todo ese mar tempestuoso al que llamamos celos, hallamos casi siempre una crónica y perniciosa inseguridad, pérdida de la esperanza de ser amado, mucho miedo, preocupación de inferioridad y dificultad para vivir la intimidad con esa otra persona que se dice amar.

Con toda seguridad, el lector habrá escuchado alguna vez que los celosos siempre dicen que fueron “traicionados”, “engañados”, o “que se sienten abandonados” por la persona amada. Pero si usted le pregunta en qué consiste la “traición” de la que es víctima, casi siempre calla o responde que no entrará en detalles sobre eso o solo dice: “Ya me lo habían dicho; solo esperaba comprobarlo y ya lo hice.” ¿Qué comprobó? --pregunté una vez a un amigo mío, más celoso que una navaja de afeitar. Y su respuesta fue: “Ella se deja tutear del carajo que le lleva la compra del Súper hasta el carro”.

Para Juan Jacobo Rousseau, “la calma de las pasiones” es lo que caracteriza al hombre primordial, y el celoso carece de la capacidad de calmar su pasión, por tanto no considera al celoso como un hombre primordial”, es decir, como un hombre cuyo corazón es capaz de amar sin concebir que a quien ama es de “su propiedad” física, emocional y moral. Y para rematar, en su libro “Discurso sobre el origen de la desigualdad”, Rousseau dice: “Los celos tienen un motivo dentro de las motivaciones sociales (……), por lo que el celoso siente más enojo y sospecha sobre un posible contrincante, que verdadero amor por la mujer que ama”.

Jorge Luis Leclerc, conde de Buffon, el famoso escritor francés del siglo 18, dice en su obra “Historia natural”, que la “pequeña pasión del celoso es tan baja que a menudo hay que esconderla (…..), pues supone siempre alguna desconfianza en uno mismo”.


Sea una pasión, una emoción negativa o un instinto primitivo, el celo amoroso según mi propia opinión, es una pulsión primitiva que aunque el celoso admita que su control es difícil por ser alguien desdichado y sin esperanza, la verdad es que constituye una respuesta enfermiza y neurótica con que se expresa quien se siente reducido y enojado por no sentirse digno de que alguien lo ame de veras.

El autor es terapeuta familiar
Centro Médico Cibao-Utesa 

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